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Abel Rogantini: El conocimiento construye una voz propia

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Venís de dirigir el espectáculo de Guillermo Fernández en el que presentó su nuevo disco doble compuesto de tangos originales. Tu nuevo trabajo es un disco de jazz pero vinculado hacia ritmos locales y sudamericanos. ¿Cómo se hace para abordar géneros tan transitados y tener una voz personal? El jazz involucrado con los ritmos locales o aledaños es mi línea y mi idea del jazz argentino. Tiene el mayor potencial y una originalidad casi sin esfuerzo. Lo más importante al transitar dos géneros de semejante magnitud es conocerlos mucho y cada vez más. El conocimiento, sumado a otras influencias, inevitablemente va construyendo una voz propia. La distancia a los clishés se incrementa con el grado de interés en profundizar el conocimiento y manejo de estas enormes músicas.

¿Cómo aparecieron los temas del nuevo disco? Nacieron en la década de los ’90, fueron creciendo y mutando. Fui probando enfoques y formaciones diferentes. Representan distintos momentos como compositor y acusan diferentes influencias, de estéticas variadas y no exclusivamente jazzísticas o autóctonas.

El audio del disco (grabado por Ariel Lavigna en ION) tiene una limpieza y una prolijidad que le otorga conceptualidad a la forma de tocar del trío. ¿Cómo se planteó la grabación? ¿Manejaron alguna referencia de audio de otros tríos? El piano y el contrabajo se tomaron en la sala principal y la bata en un box del fondo. Yo lo elegí a Ariel porque me tocó trabajar con él, antes, en el disco Ferroviario de Jairo y me gustó su laburo. En la mezcla le mostré a Ariel un CD de Bill Carrothers en trío. La búsqueda del sonido óptimo de cada instrumento en la toma y sobre todo en la mezcla fue la clave del sonido del disco.

¿Qué tal el piano de ION? Es un Boston de, digamos, media cola (en realidad es más correcto hablar de su longitud, el término “media cola” es impreciso y obsoleto). Creo que está en un muy buen momento de su proceso de uso y desgaste, digamos que ya pasó el “ablande” inicial y ahora “canta” más.

Hace algunos años los pianistas se quejaban en esta revista por la carencia de pianos en Buenos Aires. ¿Mejoró la situación? Mejoró un poco, hay más estudios con pianos o pianos más nuevos y algún piano más o mejores en boliches como Jazz Voyeur, Notorious, Thelonious, Domus Artis y La Scala.

¿Cuál es el piano con el que tocás cotidianamente? Mi Ortiz & Cussó vertical de 88, está con martillos nuevos casi en el final de su “ablande”.

Tuviste una formación variada con maestros muy específicos en diversos géneros. ¿Cuáles fueron los que más te marcaron? Es difícil elegir, cada uno me aportó lo suyo. Aldo Antognazzi quizás por ser el último y del cual tengo más fresco su aporte. Con él aprehendí (y aprendí) conceptos profundos de la polifonía pianística. Con la excepción de la escuela de música del ISEDET, a la que asistí y terminé de muy chico, siempre me formé fuera de instituciones tradicionales. Por ejemplo, a los 14 años empecé a estudiar armonía con Manolo Juárez, creo que fui el alumno más joven que tuvo.

¿Existe alguna clave para llegar a ser un buen improvisador? Las claves para improvisar, obviamente, son varias. Por ejemplo, desarrollar primero, tal vez, un buen oído armónico pero, claro, también melódico y rítmico. Otra muy importante es adquirir una conciencia imperturbable de la forma: sentir cómo van pasando los acordes/cambios de un tema sobre el cual se improvisa (o se acompaña). Desarrollar una creciente agilidad en una visualización inmediata de la “cancha” (la o las escalas posibles a utilizar sobre un acorde determinado) sobre la que vas a “jugar” (usando tus recursos y/o ideas) que va cambiando todo el tiempo. Sería como jugar en un cancha que cada 4 negras (por ejemplo) va cambiando de forma y dimensiones y te las tenés que ingeniar para seguir “jugando” bien del primero al último compás ya sea que te toque como “delantero” o como “defensor” (o mejor, arquero), es decir acompañando. El estadio vendría a ser lo que sucede o proviene de los otros músicos tocando con vos en ese momento... te podés “apunar” o sentirte “visitante” o como en casa, “de local”. A veces, como en el free jazz, no hay cancha pero el estadio es el que va mutando.

¿Qué falta para que Buenos Aires sea una plaza con actividad jazzística importante y que eso signifique conciertos con mucha gente, venta de discos, etc.? Tal vez alguna subvención estatal ayudaría significativamente a mantener y mejorar los lugares que ya hay, además de políticas tendientes a divulgar y acercar más a la gente esta música. También más festivales, más potencia de emisión para las radios dedicadas al género que ya existen, medios gráficos exclusivos del género, en suma, más democratización que neutralice a las “camarillas” que a veces parecen acaparar los espacios que, encima, son pocos.

¿Cuáles son los discos que estuviste escuchando en las últimas semanas? Cartas brasileiras de Léa Freire; Brown street de Joe Zawinul; The Philadelphia experiment de Uri Caine; At home de Avishai Cohen, etc.

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