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Diego Arnedo: El corazón y la oreja

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Entrevista: Andrés Ruiz


Tu padre (Diego Arnedo Gallo) fue un reconocido folklorista. ¿Me gustaría saber a qué edad te sentiste interesado por la música? Mi encuentro con la música fue dado por transferencia de naturaleza genética. Entre los tres y los cuatros años mi padre, reconocido músico, compositor, autor e intérprete de nuestro folklore -que decidió ir a tocar chacareras con su piano por el espacio en el 2001- me enseñó los golpes del bombo legüero. Todavía recuerdo esa situación: tomaba mis manos y los palillos a la vez y en ese abrazo que me daba con el bombo incorporado me contacté con la música. Desde el golpe, lo rítmico, el 6 x 8, que desde el bombito quedó grabado en mí para siempre. Luego, cuando llegaron los año ’70, ya teniendo 17 años, mi cabeza explotó. La cultura rock (o algo así) fue el lugar elegido para ubicar mi sensibilidad luego de padecer los mandatos del destino. Te cuento qué sucedió: cuando era chico mi pasión, más que la música, era jugar a la pelota. Un desafortunado golpe en la rodilla me llevó a guardar reposo y un amigo del colegio, al pasar a visitarme, dejó al lado de mi cama un bajo Faim blanco macizo con forma de violín, fabricado en los ’60 y que se lo habían prestado para una obra de teatro. Así fue cómo la rodilla despidió al fútbol de mi vida y pensé: ‘si no puedo con las piernas, podré con las manos’. Entonces me dediqué a tocar el bajo. Armamos el primer grupo con mis vecinos, se llamaba Prem, año 1970.

¿Solías ver conciertos cuando eras adolescente? ¿Qué opinás de bandas como Manal, Vox Dei, Color Humano, La Pesada o Pappo’s Blues? Creo que la idea de libertad se estaba corporizando en intenciones y actitudes. La música rock era una de las salidas más conformadas del pensamiento de la época, que luego quisieron descabezar. Con respecto a los conciertos, hay tres cosas que me quedaron en la memoria. La primera: ¡cómo tocaban! La segunda: la ‘mística’ (una joya perdida por la torpeza de la oficina del corazón). Y la tercera: ‘la lírica’ (un cuento suburbano, cosmogónico y poético). ¿Qué te puedo decir de Manal? Sólo sacarme el sombrero. Los escuché con la oreja apoyada en un alambrado en un show en La Rural... no pude entrar. Sí los vi en su reecuentro en el viejo estadio Obras en el año 79. Ellos junto a otros fueron los que se jugaron a tomar el culto de la música eléctrica universal de la época y cantar en castellano desde el pensamiento poético zonal y transgresor. En esas épocas tuve la suerte de conocer a Alejandro Medina, fue él quien me dijo: ‘si querés tocar rock usá bajo Fender’. Yo tenía un Gibson SG y así fue cómo llegó el Fender a mi vida y nunca más me separé de él. A los otros tríos también los vi: cada uno con su formación y carácter electrónico contaban su identidad. Lo que me resuena todavía en la cabeza son los conciertos del trío Invisible de Luis Alberto Spinetta, Machi y Pomo, que en sus comienzos eran verdaderamente mágicos para mí. Cómo volaba mi imaginación viéndolos, un baldazo psicodélico e inspirador en épocas de cabezas reprimidas con furias acumuladas. No debemos bajo ningún punto de vista olvidar en este comentario a Tango, Almendra, Los Gatos, Pajarito Zaguri, Moris, Pipo Lernoud y otros que estaban al lado de ellos, que fueron los que construyeron el piso de cemento de un edificio que fue cambiando de dirección en su arquitectura y no se sabe por qué piso va ni de qué material se construye... Mientras algunos pibes vuelven hoy de algún festival sponsoreado con imágenes en su celular para ponerlas en la red y sentirse alguien, nosotros nos bajábamos del tren en silencio, alucinados por el grupo que habíamos visto, sintiendo una patada en la nuca para generar voluntad y energía, para empezar a creer en nosotros, porque no éramos nada. Estoy profundamente agradecido a todos estos grupos y músicos por lo que hicieron y por lo que nos dejaron.

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¿Pensás que la tecnología de hoy disminuyó en algún punto el potencial creativo del rock? ¿Cómo se mueve Divididos en estos tiempos ultra-tecnológicos? El rock determinó conceptos muy claros en su construcción y en cada paso dejó sus huellas. Pero como todo proyecto de la imaginación, en sus realidades y fantasías, va mutando con el tiempo. Las épocas tienen lo que tienen, y cada uno utiliza las herramientas que le parece o las que sus posibilidades le brinda. La tecnología otorga la herramienta y el creativo la usa con resultados acertados o no, esa es otra película. Frente a tu pregunta, no creo que la herramienta último modelo disminuya el potencial creativo, mientras se sepa qué hacer con ella. Porque con la misma creatividad hasta se la puede obviar e ir por otros caminos. Lo que puede corromper y estupidizar al constructor es una cultura represora de la identidad que genera culpa y miedo a la falta de una personalidad de éxito, que hace cagar en las patas a más de uno y tener que comprar cuanta pelotudez te hagan creer que te va a salvar siendo alguien como otro y no haciendo algo desde vos. Con respecto a Divididos, seguimos con Ricardo generando encuentros para darle lugar a nuestras mejores intenciones y así acudir a las herramientas que tenemos como resonancia a estos tiempos: ¡el corazón y la oreja!

Al escucharte es evidente que el funk y técnicas como el slapping juegan un papel importante en la formación de tu estilo y tu sonido, que no tenía muchos antecedentes en la música nacional. ¿Escuchás regularmente música negra? La técnica te da un dominio o una seguridad a la hora de depositar un sentimiento o una señal de alguna fotografía mental en el instrumento para darle lugar a la interpretación. Con respecto al slapping, lo construí por la relación con el bombo legüero y el trabajo que tiene cada mano en él. Es decir: en los golpes del bombo la mano derecha es la masa y la izquierda el aro; eso mismo transferí al bajo con sus respectivas variantes y adaptaciones. Últimamente lo hago poco, prefiero tocar el legüero. Las influencias son aceptaciones guardadas que afloran en determinadas construcciones. No siempre toco lo que me gusta escuchar; lo que me inspira a veces para hacer música no es la música sino otras características de observación. Por supuesto que me gusta ver cómo hicieron otros, aprendí a disfrutarlos y ver desde dónde lo hacen y cómo se ubican. No solamente escucho música negra, sino toda la música de los blancos que tomaron cosas de los negros. Un ingrediente importante es la chacarera, el 6 x 8, el golpe que me enseñó mi padre en el bombo.

¿Qué recuerdo conservás de haber tocado con Ricardo Mollo a fines de los ’70, la época signada, entre otras cosas, por el jazz-rock? ¿Era difícil desarrollarse como músico en los ’70? Los recuerdos con Ricardo y su hermano Omar son de mucho cariño. Me acuerdo del entusiasmo por los encuentros en el sótano que ellos tenían para los ensayos de su grupo MAM y proyectos como Frankie Pig (primer trío con Ricardo) y La Familia Gram. También fue el espacio de ensayos del último Sumo y el principio de Divididos. Fue una de mis grandes escuelas: tocar y tocar, muchas horas en ese sótano del Palomar. Una esquina muy querida por todos. Ahí conocí a Alambre González, Juan Rodríguez, Piojo Abalos, Marco Pusineri, Jorge Killing Castro (hoy manager de Divididos), también estaba Tito Fargo dando vueltas y otros... Eran épocas muy difíciles. Algunos argentinos se dividieron en dos bandos. Afuera se estaban matando y nosotros en un sótano sin saber cómo iba a ser la vuelta a casa. Tocábamos rock como una salida del espíritu. Creo que en dos años ensayamos todos los días y sólo salimos a tocar tres o cuatro veces. Al jazz-rock lo miré un poco de reojo, yo también fui uno de esos que le sacó los trates al bajo seducido por la bomba expansiva de Pastorius. Fue sólo un instante. Cuando noté que había perdido el sonido enérgico del golpe de las cuerdas en ellos (lo que provoca un sonido más crudo) volví a colocarlos, y si hubo un intento creo que en vez de de jazz-rock fue rock-jazz o algo así, no sé...

Cuando conociste a Luca, ¿pensaste que el rock argentino en cierta medida sería refundado gracias a él? ¿Qué sentiste al escuchar por primera vez las líneas de bajo de bandas como Joy Division o The Police, entre otras novedades que llegaron a estas tierras? Acá llegó lo inesperado, otra explosión para mi cabeza. No creo que sea un término apropiado lo de refundar. Luca se incorporó a la cultura rock argentina con una personalidad muy fuerte y transgresora, reubicando algunas piezas que estaban desacomodadas. Fue un ‘chau’ al rock perfeccionista, pero más que nada fue un ‘chau’ a un mundo suave de construcciones patéticas hacia una vida linda de mierda. Más que escuchar las líneas de bajo de estos interesantes grupos, en donde puse observación fue el punk-rock y en el reggae para entender que el desenfreno y lo nativo se encuentran en algún lugar.

Siempre se comentó que Sumo era una gran banda en vivo pero que no se sentían tan cómodos a la hora de pasar mucho tiempo en los estudios. ¿Cuál es tu visión a la distancia? Sumo fue una banda con una combustión del alto octanaje... Seis personalidades fuertes durante mucho tiempo en un mismo espacio de trabajo para hacer un disco no era algo fácil. El mejor lugar era el show en vivo. Todo era muy instintivo en un marco de cierta locura emocional liberadora, donde cada uno veía sus fantasmas y quizás no había lugar para respuestas claras.

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En tu opinión, ¿cuál es “el” disco de Sumo? De las grabaciones de Sumo tengo un especial recuerdo por Corpiños en la madrugada (primera edición independiente copiada a casete, tirada de 200 unidades). Esta grabación fue realizada en los estudios Del Jardín, que quedaba en Santa Fe y Paraná, en 1983. El técnico fue Gustavo Dones, lamentablemente fallecido hace poco. Sé que los discos conocidos son Divididos por la felicidad (1985), Llegando los monos (1986) y After Chabon (1987), con la formación que todos conocieron, pero tengo un especial recuerdo por Corpiños, el encuentro de aquella inolvidable formación. Fue ese gran momento de exorcismo, el cambio y el reacomodamiento de mi cabeza al conocer a Luca después de los años ’70. La artística se conformaba con Luca cantando y tocando guitarra acústica, Alejandro Sokol tocando la batería, Germán Daffunchio tocando la guitarra eléctrica y yo el bajo. No recuerdo mucho los horarios de grabación, pero te cuento una historia: al tema “Heroin” le faltaban unos coros más bien aguditos y no daba para que ninguno los hiciera. Luca dijo: ‘listo, que lo hagan las novias’. Entonces fue la novia de él, la de Germán y la mía. Ellas grabaron y cuando escuchamos estaba todo como el orto, desafinado mal, y el técnico dijo: ‘yo tengo la solución, paso las tres voces por un gran chorus’. ¡Milagro! En la oscilación que produjo el efecto, las voces se acomodaron. Lo que el técnico nunca supo fue que además de arreglar el tema, también arregló la relación con las minas.

¿Cómo estaba equipado Sumo en conciertos como los del Astros en 1985? Creo que cada uno se preocupó por tener su sonido, eso era una de las características del grupo cuando todo eso sonaba a la vez. Igualmente, a la distancia y con el tiempo, lo que queda es el espíritu que produjo esa sonoridad. En aquella época usábamos lo siguiente: Alberto Troglio, batería Premier de cinco cascos; Germán Daffunchio, guitarra Fender Stratocaster, equipo Fernder Twin Reverb; Ricardo Mollo, guitarra Fender Stratocaster, guitarra Roland GR700, equipos Marshall; Roberto Pettinato, saxo Yamaha; y yo, bajo Fender Precision y equipo Ampeg. El sonido era de Dery Scalise. A mi entender la marca está en la herramienta; el espíritu no tiene marcas, sólo tiene energía, que es por donde empieza todo.

Sos uno de los pocos músicos argentinos que grabó en Abbey Road. En esa época, con Divididos, descubrían nuevas músicas como Massive Attack. ¿Cambió allí en algún aspecto el abordaje musical de Divididos? Que un músico de rock argentino vaya con su grupo a grabar con tecnología de avanzada al primer mundo es mucho, pero que vaya a Londres y encima a Abbey Road parece una joda. No lo podía creer, todavía me parece un sueño cuando vino el productor artístico al ensayo y nos dijo: ‘¿Quieren grabar en Abbey Road?’. Va a ser muy difícil de contar lo que sentí grabando Narigón del siglo [2000], fue realmente una experiencia. Nos fuimos de Ituzaingó a Londres a grabar nuestro segundo disco del contrato con la disquera BMG. Obviamente que el viaje nos inspiró por la misma sensibilidad, pero cuando tenés algunos criterios armados y zonas descubiertas, la ingeniería técnica y la tecnología es la que abre novedades y posibilidades artísticas a la hora de grabar. El hecho más movilizador y emocionante fue saber que estábamos en el mismo ambiente y espacio en donde habían estado The Beatles construyendo la grabación de sus discos. Eso me mataba. Mi cabeza se descomponía en recuerdos, fotos, estribillos, sonidos, épocas, novias, colegios, etc. Habían sido mi compañía de adolescente y al estar ahí descubrí más profundamente cuánto estaban dentro mio. Hubo sesiones que las grabé casi llorando. No creo que ese viaje nos haya cambiado el estilo o el espíritu de búsqueda. Si algo hizo fue adelantar y afirmar nuestras propias cosas.

¿Cuáles fueron las motivaciones que los llevó a bajar los decibeles en el disco Vivo acá (2003, grabado en directo en el Gran Rex)? En esos shows tocaste un extraño instrumento, ¿cómo llegó a tus manos? Los instrumentos acústicos convivieron con nosotros en todas las épocas. El hecho de querer exponerlos en vivo quizás haya sido por la necesidad de sacar a pasear algunas canciones con otra ropa, es decir, canciones hechas con instrumentación eléctrica pasarlas a un formato acústico o electroacústico sin que perdieran el espíritu. Y, por otro lado, para sentir el efecto placentero de la resonancia que te entregan estos instrumentos en el cuerpo. El bajo acústico al cual te referís tiene su historia: por el año 2000, Osvaldo Blanco (lamentablemente fallecido), quien nos ayudaba en algunas tareas de producción, por su vinculación con el mundo de las antigüedades, me informa que en un anticuario de San Telmo existía un instrumento acústico triangular que a simple vista parecía sano, y que si lo quería ver me contactaba con el dueño antes de que lo vendieran e hicieran con él una lámpara de pie. Fuimos y me aluciné. Era un laud ruso, una balalaika de tamaño grande de tres cuerdas. Rápidamente se la llevé a [el reconocido luthier] Adolfo de Castro y me dijo que haciéndole algunas cosas se podría recuperar. Cuando me llamó para decirme que creía que ya la tenía la fui a buscar, la llevé a la sala de ensayo, la afiné en Re, la pasé por un pre, de ahí al equipo y arrancó. Fue muy interesante el sonido, era una mezcla de contrabajo y un Precision viejo. La usé en esos conciertos del Gran Rex, entre otros lugares, de donde se utilizaron las sesiones para Vivo acá.

Divididos fue producido por Gustavo Santaolalla años antes de que éste fuese reconocido mundialmente. ¿Cómo fue hacer La era de la boludez con Santaolalla en el 93? Gustavo hizo un trabajo impecable. Él, junto a Aníbal Kerpel, supieron cómo contenernos y de esa manera ordenar la artística para ser grabada. Desde lo humano y el compromiso profesional lograron equilibrar las emociones en un momento muy especial de nuestras sensibilidades. Gustavo sabía que nosotros nos relajábamos mucho con el sentido del humor y se anotaba a la hora de las bromas sin perder un solo momento de trabajo, quizá ésa haya sido la clave para la convivencia de la grabación.

Hace casi ocho años que no entregan un disco nuevo de estudio. ¿Por qué ese paréntesis tan prolongado en el que, por otra parte, el negocio discográfico cambió drásticamente? El negocio del disco cambió radicalmente cuando a la gente se le dispuso que podía tener la música gratis. Como inversión de grabación y edición trajo una caída y replanteo en las empresas disqueras. Lo mismo que en las artísticas de los proyectos contractuales como el nuestro. El paréntesis o la espera es porque con la entrega del último disco de contrato (Vengo del placar del otro) a la casa BMG en el año 2002, en medio de un caos financiero, hubo un replanteo en nuestra artística. En principio negociando un master grabado en vivo [el ya mencionado Vivo acá] a Pelo Music, cuyos acuerdos no fueron fáciles. A partir de ahí, frente a expectativas difíciles, nos pusimos a madurar cómo hacer para entregarle a nuestro público la música grabada. Pero no dormimos frente al caos o a propuestas poco serias. Vamos a tener muy pronto nuestra música grabada. Ya veremos por dónde sale a navegar el barquito en este mar de tecnologías veloces y orejas de tímpanos nuevos. No creo que la música grabada sea menos importante que la música tocada en vivo, cada situación tiene sus características y compromisos artísticos que también se juntan en algún lugar. La indiferencia a una o la sobredimensión de la otra es el resultado del quilombo entre el avance tecnológico y la oficina del espectáculo. De todas maneras, si realmente creo que hay algo más importante, mientras se ponen de acuerdo el que vende y el que compra en el mundo del espectáculo y del disco, es el encuentro en un espacio para poder construir la música desde adentro hacia fuera. ¿Cuál es tu bajo de cabecera en estos momentos? Mi bajo es un viejo Fender que me acompaña hace tiempo. Tuve otros antes, pero este Jazz Bass de palo Precision está siempre conmigo. Lo uso cuando toco en vivo, cuando ensayo y cuando grabo. Hay dos motivos previos al sonido que me entrega: uno es la vibración de transferencia mecánica que recibe mi estómago cuando lo toco sin enchufar; el otro es la devolución rápida en calor que me da el palo en mi mano una vez que lo agarro. Primero me relaciono con la madera y luego con el sonido eléctrico, que también acepté.

¿Cómo fue volver a tocar con tus compañeros de Sumo en River en abril del 2007? Creo que la necesidad y los pedidos de lo inconcluso llevó a aceptar la invitación del productor con libertad de compromiso para generar la reunión. Traté de tener el mayor sentido común y comprensión, porque, por mí, no hubiese concurrido junto a los otros al encuentro de esa manera en ese espacio, bajo circunstancias de enfoques y respetos que no vienen al caso. Tomé la decisión de tocar cuando les vi los ojos a los viejos compañeros de batalla, como si estuviéramos en un camarín del Café Einstein. Pensé: ‘esto alguna vez tiene que pasar, es el momento’. Para desahogar y descomprimir fantasmas y sentimientos oprimidos de una identidad constructiva muy sentida y vivida en los ’80 junto a Luca. Lo que sentí tocando esos temas fue como reunir las piezas de aquel viejo motor único, prenderlo un ratito sabiendo que la dirección no estaba... Fue también recordar, a 20 años, con otra tecnología y con un sistema nervioso adaptado, los sonidos de aquel motor naftero que resonó en el alma de cada uno de nosotros, en la memoria hasta las lágrimas de algunos de los presentes y en la observación, vaya a saber con qué criterio, de otros que no estaban en aquellas épocas porque eran muy chicos o no habían nacido. Te sumo una idea: ¡gracias Luca!

Divididos se caracterizó por haber contado con grandes bateristas de estilos diferentes. ¿Fue algo casual o una búsqueda de renovación, lo que suele denominarse como “una bocanada de aire fresco”? En cada momento donde la crisis de integración determinaba la ruptura, ya había un terreno recorrido en contra o a favor que resolvía o complicaba, según criterios. Me acuerdo de una frase: ‘lo mismo que te junta, te separa’. Lo que noté es que lo que rompe por un lado pega por el otro. Los tres bateristas [Gustavo Collado, Federico Gil Solá, Jorge Araujo] que estuvieron en el proyecto hoy son bateristas de sus propios proyectos, algunos de ellos cantando y escribiendo sus canciones. Con esto te quiero decir que lo de “bocanada de aire fresco” en todo caso fue para todos. Tengo la alegría de ser amigo de dos de ellos y con el otro estoy esperando que terminen “las migas” y tomar un feca si es posible. Con los tres pasé momentos únicos de mi vida, que recuerdo de buena manera y ningún conflicto humano me los borra.

¿Podés adelantar algo sobre el futuro disco nuevo de Divididos? ¿Tenés algún deseo musical para el 2009? El disco que estamos por grabar tiene una jugada importante ya que se está pre-produciendo y será grabado en un lugar propio construido desde un criterio de madurez para el desarrollo de los encuentros artísticos. Si tengo un deseo para el 2009, como alternativa de esperanza dentro de la industria del consumo de la música, es que se venda más la música que va desde el corazón al corazón que la que va desde el bolsillo al bolsillo.

Sos un bajista muy influyente para toda una generación de músicos que crecieron escuchándote. ¿Algún mensaje final en esa dirección? En principio estoy muy agradecido por hacerme sentir útil en su devolución de aceptación en esta sociedad de protagonismos extraños. Contarles también que todo esto tuvo como consigna, más que nada, poner en funcionamiento los complejos pistones de la sensibilidad en una apuesta a todo o nada, más allá de lo bueno, lo malo y lo tragicómico de las distintas realidades de las épocas. Quien tenga un bajo en la mano, por las dudas, que lo ame, porque por ahí le salva la vida.

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