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El rock que no miramos (ni escuchamos)

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 Texto: Roque Di Pietro 

Lo explica Nebbia unas páginas más atrás: el rock argentino es, de los interpretados en castellano, el más valorado por especialistas alrededor del mundo. Ahora que Internet achicó distancias y hace circular la información a la velocidad de un click es posible encontrar discos de rock argentino con comentarios muy bien documentados en cualquier sitio -físico o virtual- más o menos especializado. Pero 20 años atrás para un holandés no era una operación simple conseguir información fiable sobre la discografía de Invisible. Con el objetivo de poner las cosas en orden y colocar a una serie de grabaciones realizadas en esta parte del mundo en su debido lugar de trascendencia -y cotejándolo además con sus contemporáneos provenientes del primer mundo rockero-, llegó The Magic Land, un libro-catálogo de discos argentinos y uruguayos del período 1966- 1977, escrito en inglés y cuya realización se le debe a Marcelo Camerlo, coleccionista argentino radicado en Madrid. El propio Camerlo lo explica: “En los primeros años de los ‘90 comenzó a haber entre los coleccionistas del hemisferio norte un mayor interés y cotización en los discos de rock latinoamericano de los años 1965/1975. Como coleccionista que soy estaba cansado de ver en los catálogos de los vendedores errores tremendos en su descripción. Me propuse hacer una serie de libros para aclarar todas estas cosas y empecé por lo que mejor conocía: Argentina y Uruguay, ya que consideré ilógico separar la música de ambos países porque su interrelación es notoria”. Publicado en 1998 por la editorial española Kliczkowski Publisher, The Magic Land se convirtió en la Biblia de los coleccionistas de discos de rock rioplatenses, una hoja de ruta obligada para quien quiera interiorizarse sobre esos discos tan singulares (por su aspecto y por los sonidos que desprenden), muchos de ellos sin edición oficial en CD, desconocidos por la mayoría en su propio país de origen y cuyas primeras ediciones cotizan sin problemas por encima de los 300 dólares. The Magic Land agotó hace rato la primera -y única- tirada de 1.600 ejemplares que se distribuyó principalmente en Europa, Estados Unidos y Japón. Sigue Camerlo: “El libro está considerado un ítem imprescindible para cualquier coleccionista serio. Desde su publicación los discos comentados fueron buscados por mucha más gente. Su aparición fue reseñada en las principales revistas de todo el mundo. Fue la primera vez en la historia que una revista británica de distribución mundial (Mojo) publicó un artículo de una página completa sobre el rock sudamericano de los ’60 y ‘70. En México y Costa Rica circularon copias ilegales, ¡lo piratearon! Una anécdota: un noruego poseedor de los tres discos de Pescado Rabioso llamó para agradecer la explicación de por qué los discos de Pescado eran tan distintos entre sí.” The Magic Land es un libro magnífico por varios motivos: la pertinencia de los comentarios de los álbumes reseñados, la posibilidad de ver las tapas originales de discos clásicos (con su año de edición, claro, y su catalogación correspondiente) y porque la enumeración de discos y artistas dibuja un completo mapa sobre la escasa oferta actual que la industria discográfica argentina ofrece sobre la música de esa época, paradójicamente, en tiempos en que ésta es demandada desde diversos rincones del planeta. “Me parece una vergüenza la cantidad de discos que aún no tienen reediciones oficiales”, reflexiona Camerlo. “Me dicen que en el caso de Music Hall no pueden reeditarse por problemas legales. Muchos de ellos han sido editados ilegalmente en CD y LP en Europa utilizando vinilos como máster”, anuncia el coleccionista para luego entregar su lista de los discos que merecerían una urgente reedición:

- Miguel Abuelo - Miguel Abuelo Et Nada (1971, Moshe Naimm, Francia. “Imperdonable, nunca se editó en Argentina en ningún formato”.)
- Arco Iris: Tiempo de Resurrección; Sudamérica o El Regreso de la Aurora; Inti Raymi; Agitor Lucens V (todos en Music Hall)
- Ave Rock - Ave rock (1974, Promúsica)
- La Barra de Chocolate – La Barra de Chocolate (1970, Music Hall)
- Billy Bond y La Pesada – Volúmenes 1, 2, 3 y 4 (todos en Music Hall)
- Cuero – Tiempo Después (1973, Music Hall)
- Kubero Díaz – Y La Pesada (1973, Music Hall)
- Montes – Cuando Brille el Tiempo (1974, Philips)
- Los Walkers - Walking Up con Los Wakers (1968, Music Hall)

Big in Japan
Japón, la meca planetaria de los discos, la organización y el orden, no podía prescindir de su propia de guía de discos de rock argentino. El tema es que la injerencia de Brasil es tan grande en el mercado nipón que los discos argentinos (y uruguayos) quedaron relegados a un inciso dentro de la guía bautizada Musica LocoMundo y subitulada Una guía de discos brasileros. Son dos volúmenes publicados en 2002 y 2004 y escritos por varios especialistas en discos y músicas sudamericanas orientadas al beat, el rock y la psicodelia. El rigor y el espíritu completistas de los japoneses (una raza claramente superior en lo que hace a edición de discos) se deja ver también en estos libros. En las páginas dedicadas al rock argentino se puede encontrar reseñado, por supuesto, todo Spinetta (incluyendo su disco made in USA Only love can sustain), todo García (incluyendo Lo que vendrá y Radio Pinti) y todo Páez (incluyendo el maxi Corazón clandestino), pero también los cuatro primeros volúmenes de Pappo’s Blues, el disco francés de Miguel Abuelo, Montes, Pacífico (el grupo del fotógrafo Eduardo Martí) o el Nebbia’s Band. La reseña del primer disco de Manal, por ejemplo, señala, entre otras cosas, lo siguiente: “(…) fueron únicos por la integración de los lenguajes del jazz, el blues y la psicodelia, coronados con la particularidad de la voz de Javier Martínez. (…) Su grandeza sólo es comparable a la de Almendra y Sui Generis, que surgirían poco después”. Ni más ni menos.

Los textos de The Magic Land pueden leerse en estos sitios:
tinpan.fortunecity.com/waterloo/728/magicland/
discoeterno.com/magicland.html

La web de la editorial de Musica LocoMundo es la siguiente: www.aspect.co.jp

Más deuda interna

Alejandro Medina - Alejandro Medina y La Pesada (1974, Music Hall)
Medina en su mejor momento post Manal, tanto en el bajo eléctrico como en la voz. Una hermosa tapa de Juan Oreste Gatti. Despertemos.

Materia Gris – Ohperra vida de Beto (1972, EMI)
Rock progresivo. Banda integrado por Julio Presas, Omar Constanzo, Eduardo Rapetti y Carlos Riganti. Un disco conceptual, en la senda de, dice The Magic Land, S.F. Sorrow de The Pretty Things. Tocan Nebbia y Bernardo Baraj como invitados. Publicado (pirateado) en Brasil; en Argentina ni noticias.

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Hugo y Osvaldo Fattoruso - La bossa nova de Hugo y Osvaldo (1969, EMI) Otroshakers – A los Shakers (1981, Music Hall)
La lectura easy-listening de la bossa nova según los hermanos Fattoruso. Una rareza para completar el cuadro Shaker en los ’60. Disponible de manera pirata en Japón, Brasil y Estados Unidos. A los Shakers es una obra maestra de la psicodelia rioplatense destinado a escucharse en vinilo

El rock argentino cajoneado
La nueva ley de protección de derechos fonográficos, el patrimonio cultural y a quién le importa la música argentina

70 años no es nada

“Las discográficas han funcionado como las plantaciones de azúcar del siglo XVIII. Pero, a diferencia del artista, el esclavo sabía que lo era”. Robert Fripp al diario El País de España, julio de 2009.

Hasta diciembre del año 2009 en Argentina (y en muchas otras partes del mundo) los sellos discográficos perdían sus derechos exclusivos sobre los discos que producían y editaban una vez que transcurrían 50 años de su primera publicación. En ese momento las grabaciones ingresaban en el terreno de lo que se conoce como “dominio público”. Por esta razón se pueden comprar grabaciones de Edith Piaf, Billie Holliday, Louis Armstrong o Carlos Gardel en ediciones que no son precisamente las de sus sellos originales. Por esta razón es posible adquirir las grabaciones de Miles Davis para el sello Prestige (1951-1956) pero compiladas y publicadas por diversos sellos, entre ellos Prestige.

El pasado 11 de diciembre de 2009 la Cámara de Diputados convirtió en ley el proyecto que extiende en 20 años el plazo de protección de derechos de comercialización de fonogramas en favor de las compañías discográficas. La iniciativa fue impulsada por organismos como Sadaic, Capif y AADI y llevada adelante por legisladores de distintas provincias del FPV (el partido oficialista, Frente Para La Victoria: José Pampuro, Miguel Pichetto y Liliana Fellner) y de la UCR (Ernesto Sanz). Ahora deben transcurrir 70 años para que un fonograma ingrese al dominio público y cualquier empresa dedicada a la edición de discos pueda hacer uso de su publicación y explotación comercial, incluido, claro, el sello original. A simple vista, el acontecimiento parece ser una buena noticia para los músicos, cuyos derechos sobre sus obras se ven tan amenazados en estos tiempos. Pero en verdad las cosas no son como parecen.

Los fundamentos que expusieron los impulsores de la ley se basaron en el peligro de que obras fundamentales de nuestra música cayeran en el dominio público. Dice el texto: “La producción cultural musical y nacional de las décadas del ‘40 y del ‘50 se encuentra seriamente amenazadas por los actuales términos de protección que es necesario extender”. Luego, va más al grano: “Un caso claro y paradigmático, es el primer álbum fonográfico interpretado por Mercedes Sosa, titulado La voz de la zafra, publicado en 1961, que caerá en el dominio público en el inminente 2011, si la legislación no fuera modificada como aquí se propone”. Es todo real, ciertamente, aunque el texto olvida el detalle de que el mencionado La voz de la zafra permaneció cajoneado e ignorado por su sello (RCA) durante 49 años, privando a la cantante titular, a los músicos participantes y a los autores de las canciones allí incluidas de cobrar algún tipo de royalty y al público de la posibilidad de escuchar una de las primeras grabaciones comerciales de quien es considerada “la voz de esta tierra” y ahora es utilizada por la industria como noble bandera de una misión que persigue la supuesta protección de los derechos del músico y el patrimonio cultural (sin considerar el detalle, de amargo gusto necrológico, de que el álbum en cuestión fue reeditado -una vez más: por primera vez en 49 años- pocas semanas más tarde de la muerte de Mercedes Sosa).

Pero para ir más al centro de la cuestión hay que decir que esta ley se encuadra en un contexto mundial y que, en el fondo, poco importa Mercedes Sosa, el patrimonio cultural y la música argentina en cualquiera de sus formas. En todo el mundo se está ampliando el mencionado plazo de protección y el motivo es uno solo: faltan menos de tres años para que el primer álbum de The Beatles en EMI (Please please me) cumpla sus 50 años y sus derechos de edición se liberen, aunque esto ya no será así. No hay ningún tipo de reparo ético ni moral con el lucro y la posibilidad de ganar dinero durante 10, 50 ó 70 años. El tema es cuando se invocan argumentos como “la producción cultural musical y nacional (…) se encuentran seriamente amenazadas”: no hace falta tanto cinismo para cuidar un negocio que no tiene nada que ver con la producción cultural y nacional. De lo contrario, las sedes locales de las compañías multinacionales hubiesen adoptado una política de reediciones en dirección al resguardo y la difusión de ese patrimonio que ahora dicen defender. La constante ausencia de materiales fundamentales de la música argentina o la desidia con que la presentan -o la presentaron alguna vezhacen pensar que poco les importa el mentado patrimonio cultural y todo es un telón para conservar durante cuatro lustros más los derechos exclusivos de los discos de los ’60 y, luego, los ‘70, dos décadas doradas -aún hoypara la industria discográfica. ¿No es un tanto cretino invocar a la cultura nacional con el único y nunca explicitado objetivo de extender la exclusividad de usufructo del catálogo de grabaciones Beatle (y todo lo que vino después: Stones, Kinks, The Who, Pink Floyd, Queen y un larguísimo etc.) cuando la filial argentina de EMI (cuya central inglesa es la poseedora de los derechos de los Beatles) todavía no se dignó a editar en CD el fonograma Fiesta para cuerdas de Tito Francia (extraordinario guitarrista mendocino, pieza clave del movimiento Nuevo Cancionero, de donde, casualmente, surgió Mercedes Sosa) del año 1973 o La bossa nova de Hugo y Osvaldo de los hermanos Fattoruso originalmente publicado en 1969? Y lo que es peor tal vez: nadie en Capif, Sadaic o AADI, entidades que ahora se arrogan la protección de nuestro patrimonio sonoro, tampoco se los exigió. El crítico y escritor Diego Fischerman enumeró en una nota para Página/12 otros casos para considerar la real importancia que la música argentina tiene para las compañías multinacionales. Dice Fischerman: “(…) Universal nunca editó en CD la mayoría de los discos originales de Mercedes Sosa, mantiene fuera de catálogo el segundo volumen de la Historia del Tango por Astor Piazzolla, tiene inédito su Veinte años de vanguardia con sus conjuntos desde hace nada menos que 46 años, y jamás publicó el Romance de la muerte de Juan Lavalle, de Eduardo Falú y Ernesto Sabato. EMI nunca editó en CD los discos originales del Sexteto Mayor y relegó las geniales grabaciones de Troilo para Odeón a un disco llamado From Argentina to the World, donde no se consigna absolutamente ninguna información y, para peor, de las 24 piezas registradas por la orquesta entre 1957 y 1959 incluyó, arbitrariamente, sólo 20”.

Una hipótesis: las compañías no pierden ningún negocio cuando liberan sus grabaciones al dominio público (y menos en Argentina, donde la industria de la edición de discos libre de derechos es casi inexistente). ¿Quién optaría por comprar la edición de un sello desconocido de, por ejemplo, el álbum Nuestro tiempo de Astor Piazzolla si Sony-BMG -propietaria de los derechos de publicación hasta el 2012 y ahora hasta el 2032- tiene, como ocurre en la actualidad, una excelente versión en bateas de este disco, con una masterización hecha desde las cintas analógicas, arte de tapa original y atractivas liner notes? ¿Quién elegiría adquirir, a menos que se trate de un caso de coleccionismo, una edición cualunque de las varias que durante estos meses llegaron a las disquerías del hemisferio norte de Kind of Blue de Miles Davis -que este año ingresó al dominio público- cuando existen dos o tres ediciones de este álbum realizadas con real esmero y amor por Columbia, su sello original?

Es extraño (o no) la forma de pensar de los legisladores que votaron esta ley argumentando el apoyo a la producción musical de este país. ¿Alguno de ellos comprará discos con regularidad? ¿Estarán al tanto de cómo manejan los catálogos de tango, folklore y rock (es decir, el famoso “patrimonio musical”) los sellos multinacionales? ¿Sabrán que hay discos de rock argentino que nunca se editaron en CD o que el catálogo de Los Shakers estuvo más de 15 años dormido, sin generar por esto derechos de autor y posibilitando la proliferación de ediciones piratas en países como Brasil e Italia, absurdamente caras, con sonido mediocre y que no pasan por las instituciones recaudadoras por donde debe pasar un fonograma que ingresa al mercado por la vía legal? En todo caso, si se decide que las compañías tengan (y extiendan) derechos exclusivos sobre obras que produjeron o contrataron alguna vez, ¿no debieran también tener determinadas obligaciones relacionadas a la constante disponibilidad de esas obras? Un Estado que pregona cultura para todos y regala fútbol ¿no debiera estar atento a la correcta administración de bienes culturales aun cuando éstos hayan sido contratados por empresas privadas (¿acaso el fútbol no es una actividad privada?)? Es el mismo Estado el que por un lado absorbe al rock y a sus artistas, los entroniza como parte de su patrimonio cultural (el ciclo Rock en el Salón Blanco de la Casa Rosada; estampillas de Luca, Miguel Abuelo, Tanguito, Pappo, etc.) y apoya la edición y realización de un box set producido por Litto Nebbia que celebra la historia del género mientras que, por el otro, extiende la potestad del sello que contrató a Los Gatos -el grupo de Nebbia cuando tenía 18 abriles- para aplicar durante 70 años la vigencia de un contrato parecido a la usura. Y aún así, la gota que rebalsa el vaso, los cinco discos de Los Gatos, grabados entre 1967 y 1970, patrimonio de la cultura de este país como La voz de la zafra de Mercedes Sosa, saludados (por si hiciera falta alguna aprobación extranjera) en lugares como Estados Unidos o Japón como un corpus magistral del género musical pop-rock, están por cumplir 20 años de ausencia en las disquerías de este extraño país.

Roque Di Pietro

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