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La Chilinga: Los músicos deberían tocar en la vereda

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¿Cuál es el origen de La Chilinga? La Chilinga nace en el año 95 como un emprendimiento entre amigos. Pero a fines de ese mismo año ya nos planteábamos armar la escuelita de percusión porque se acercó mucha gente. En el 96 ya había cien pibes estudiando. Tal vez en esa época tuvo mucho que ver que Los Piojos comenzaban a meter tambores y también por ese tiempo comenzaba el programa de TV “El aguante” donde La Chilinga hizo muchas cosas. Dos o tres factores que hicieron crecer muy de golpe a la escuela y que nos obligó a planificar algo más serio y responsable. En esa época no había escuelas de percusión ni grupos de tambores y yo sabía que algo como La Chilinga iba a funcionar porque Buenos Aires es muy latino.

¿Ves a Buenos Aires como una ciudad latina? Porque pareciera que en la música popular siempre estuvieron reprimidos los tambores y el ritmo. Sí, acá se perdió la raza negra y con ella se perdió la cultura del tambor. Pero hoy en día hay otra cultura del tambor y que no tiene mucho que ver con la raza negra. Podemos hablar horas de la raza negra pero la percusión de hoy en Buenos Aires es contemporánea, no tiene mucho que ver con la raza negra. Lo que hoy se toca acá tiene mucho de Buenos Aires. Y me parece que se está generando algo bien porteño en el toque de tambor. Lo que se escucha acá no suena a un samba, ni a candombe uruguayo. Suena a Buenos Aires, que es una mezcla de un montón de cosas. Está más ligado al tango, a la milonga, al rock. A veces los tambores suenan medio rockeros. Todo el respeto del mundo hacia la música negra, son los que abrieron el camino, pero acá se toca mucha percusión con personalidad propia. En aquella época me di cuenta del carácter latino de Buenos Aires. Incluso veo una semejanza social entre los africanos y los latinoamericanos, a diferencia de Europa y América del Norte. Creo que estamos más cerca de las ciudades africanas que de Europa. Incluso los grupos de rock que incorporaron percusión le volaron la cabeza a todo el mundo: los Cadillacs, los Decadentes, Sumo en algún punto, el caso de Los Piojos, que con “Verano del ‘92” pasó de ser una banda de 5 mil personas a 50 mil [La Chilinga es el grupo que toca los tambores en la grabación de “Verano del ‘92”. El tema original era un reggae; el cambio rítmico del tema se le atribuye a Daniel Buira, baterista del grupo en aquella época.]. De alguna manera el responsable de eso fueron los tambores. No es casual que actualmente haya más de 600 chicos estudiando.

¿El público te reclamaba que La Chilinga no suena como los grupos brasileros? Sí, mucha gente me dice “no suena brasilero”. Claro, es así. No buscamos imitar a nadie. Nosotros no comemos feijoada con arroz, comemos churrasco con papas fritas, es una cultura diferente. Acá no hace 35o todos los días. Si hilás fino te das cuenta que el samba en Brasil suena de una manera y en Gualeguaychú de otra. No hay que pelear tanto contra eso porque ambas cosas tienen su autonomía que sale naturalmente.

¿Hay un modelo de escuela en el cual te fijaste para armar La Chilinga? Si, las escuelas de Bahía. Las conozco, me metí adentro, a Bahía habré viajado unas diez veces. Nunca fui un alumno formal, siempre de incógnito, iba a ensayos, a las clases, cambiaba de escuela. Una de las cosas que más me gustó, y que tiene que ver con La Chilinga hoy en día, es que es más importante lo social que lo musical. El 80% de los que estudian en la escuela no buscan ser profesionales de la percusión sino que pretenden meter un ratito de sus vidas en el arte: curtir durante un rato una producción artística. Esa vía de escape social es tan importante para chicos que están en situación de riesgo (y que están dentro de la escuela) como para la gente de clase media que no tiene un ocio creativo.

¿Cuáles fueron los momentos más trascendentes de La Chilinga en todos estos años? Hay muchos y permanentes. Hace pocos días volvió un contingente de cincuenta chilingos de Tilcara. Estuvieron cuatro días, se hicieron donaciones en un hospital, se dieron talleres en una escuela rural, se tocó en unas salinas grandes donde hay un pueblo de 15 habitantes. Yo no pude ir pero debe haber sido un momento muy alto de La Chilinga. Cosas así pasan todo el tiempo. En lo particular, tocar en la calle es lo que más me llega. Y no fue fácil darme cuenta de eso; yo venía de tocar en escenarios, 30 mil personas viéndote, como era la época de Los Piojos. Y salir a tocar a la calle con La Chilinga, en algún punto es como el día y la noche. Pero cuando lo empezás a entender, ya está, es alucinante, no necesitás nada más. Creo que todos los músicos deberían pasar por eso, tocar en la vereda, por ejemplo. En nosotros siempre está eso: hacemos un Ateneo y terminamos en la calle, tocamos en La Trastienda y terminamos en la calle. No es un invento nuestro: cuando fui a tocar con Los Piojos a Francia en el 91 tocamos con unos grupos africanos, que yo los escuchaba en casetes grabados, que bajaron del escenario y siguieron entre el público. Esa imagen todavía perdura en mi y fue un quiebre muy grande. Si podés tocar en Tilcara para 15 personas y disfrutar de eso, ya no te para nadie.

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Un integrante de Olodum decía que quien no puede bailar no puede tocar tambores. ¿Estás de acuerdo con eso? Suena como una amenaza... [risas]. Nosotros no somos muy bailarines y tocando el tambor se la peleo a cualquiera. En realidad, eso es una filosofía muy africana. Pero existen las diferencias también. Y nosotros tenemos el ballet de chicas de la escuela y también se la peleo a cualquiera con ellas. Pero lo veo como un condicionamiento: si alguien va a tocar a La Chilinga y lo primero que le digo es “si no podés bailar, no podés tocar”, lo más probable es que no vuelva. Nosotros no tenemos esa cosa de bailarines. Si te nace bailar, vas a bailar. Pero “el que toca nunca baila” [risas], ésa es la respuesta a los brasileros.

¿En los tambores el virtuosismo no es tan importante? ¿Lo importante es el bloque de sonido en lugar del solista? El grupo es un punto fundamental. El grupo esconde quien toca mejor y quien toca peor, las individualidades. En nuestro show tenemos a los solistas. De 20 tambores por momentos hay 5 que se juntan y hacen cosas extraordinarias donde se puede notar el virtuosismo. De todos modos, a mi me emociona mucho ver a los viejitos tocando el tambor, eso me rompe la cabeza. Gente de 60 o 70 años tocando un tambor... me quedo viendo eso. Eso es parte de la escuela, el respeto a los mayores, hay que tener el bocho preparado para llegar a los 60 años y querer tocar tambores.

¿Cómo grabás a La Chilinga? Este disco, a diferencia del anterior que pasó mucho por el Pro Tools, lo hicimos muy en vivo. Grabaron más de 200 chicos en este disco, era muy difícil plantearlo de otra manera. Está tocado muy en vivo, con cosas regrabadas encima de los mismos chicos. Hacíamos una toma y luego volvían a entrar en otra toma. Donde hay 20 tocando se oyen como 40. Y algunas cositas, como los timbales de madera, que por su sonido se suman después. Y se graba con una referencia del tema, no con la toma definitiva. Luego se mete el cantante o lo que sea sobre los tambores.

¿Cómo trabajás el microfoneo de los tambores? Hace años trabajo con Walter Chacón, que conocí en el 2000 cuando comencé a tocar con Vicentico [Daniel es el baterista estable de la banda de Vicentico], donde investigamos muchas cosas con tambores a un nivel profesional. Con Walter ya sabemos por dónde tiene que ir cada tambor. Los más graves los grabamos con micrófonos de bombo de batería, mucho Neumann para ambiente, los timbales los tomamos de arriba y de abajo. Y es clave lograr el sonido deseado en la grabación, no esperar la mezcla o la masterización para corregir o subir algún volumen. El sonido se logra en la sala. Tal vez se demora un rato, pero cuando vamos a la mezcla todo lo demás suma. Y la presencia de Walter me da mucha tranquilidad. También hicimos un disco, el segundo, Viejos dioses, con el Portugués Da Silva en Circo Beat, que fue extraordinario.

Artistas para oír tambores

Por Daniel Buira

Ile Aye: Es un grupo de brasilero que por su forma de grabar suenan increíbles. Mezclan como nadie la calle y el estudio.

Babatunde Olatunji: Africano, vivió en Nueva York, tocó con Santana, es uno de los autores del tema “Jingo” que tocaba Santana. Lo escuché mucho de chico y es algo para prestarle atención.

Manú Katché: No lo puedo dejar de lado. Me parece que es muy negro y muy percusionista. Yo lo escuché muchísimo. Sus cosas con Peter Grabriel, esa mezcla de lo inglés con lo afro. Algo parecido a lo que hizo Paul Simon: cómo mezclar lo occidental con lo africano sin creerte un africano, perfecto. Lo de Paul Simon fue bárbaro porque no se puso una túnica para tocar esa música, le hizo frente. Dijo: “miren como queda la música neoyorkina con los tambores”. El disco Rhythms of the Saints me rompió la cabeza y ver eso te da cierta tranquilidad.

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