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Palo Pandolfo: La pasión desbordada

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La palabra cantautor debe ser una de las que mejor te definen. ¿Cómo es tu rutina de trabajo con las canciones, sobre todo ahora con una banda que te secunda, tanto en el disco nuevo como en los recitales?
Yo soy muy artesanal con la composición, no utilizo herramientas cibernéticas, no uso computadoras, al menos en mi casa. Tenía una portaestudio pero la perdí y directamente laburé siempre en casete, grabo en casete. El año pasado me compré una grabadora digital, chiquitita, portátil. Pero el único objetivo que persigo es tener play/rec siempre disponible en mi casa y grabar en el momento en que suceda. Las cosas pueden surgir en cualquier momento o en momentos en que está premeditado y me pongo a laburar. Pero lo importante es que tenga las cosas fáciles para poder grabar. Entonces lo que tengo siempre es esa grabación y en un cuaderno escribo las letras con los acordes arriba. Los acordes los escribo con una birome de otro color así los veo bien. A la melodía me la voy aprendiendo, yo solo la voy laburando y desculando...
De esta forma me planteo ante el grupo, con el tema adentro mío. Al tema lo tengo que saber antes de llevarlo al ensayo. Lo que le planteé a Raúl Gutta, el percusionista de la banda, es que le muestro el tema y le pido que toque lo que sienta en ese momento, lo que fluya… El me pregunta qué me gusta y yo le tiro cajón peruano, por ejemplo. Y así empezamos. Ese es el espíritu: rodearse con gente que ya pasó la prueba del swing. Un día fui a la casa de Raúl para ver si podía zapar con él, ésa es la prueba del swing, si podemos unirnos en el swing, que es la clave de la improvisación. Marcar el swing adentro, como Miles Davis en la Isla de Wight en 1970, con Chick Corea, Keith Jarrett, Jack de Johnette, Dave Holland, Gary Bartz y Airto Moreira… bueno, eso es el swing imbatible, ¿no? [se ríe]. Pero eso es estar conectados en el swing y es lo que busco en El Ritual, mi banda. Cerrar los ojos y estar conectados en el swing.

¿Eso es lo que buscás para que un músico toque con vos?
Sí, para mi el concepto uno es poder zapar. Con Gustavo San Martín [miembro además de Me Darás Mil Hijos] venía trabajando hace tiempo en un cuarteto de guitarras, con un repertorio tanguero mío y de tangos clásicos. Ahora en El Ritual volvió a tocar el bajo, que es su instrumento original, y hay ahí una adrenalina muy grande. Sergio Gutiérrez, el otro integrante, viene del jazz pero como es correntino e hijo de un guitarrista muy importante de Curuzú Cuatiá, Carozo Gutiérrez, tiene incorporado el chamamé, dos vertientes musicales muy fuertes en su vida. Es un músico de cuna: toca guitarra, acordeón, teclados, de todo y su consigna es: “Aguante Bill Evans”. Entonces la improvisación es algo fundamental y natural en el grupo. Yo toco la canción y cada uno toca lo que le sugiere el momento.

¿Qué tiene que tener la canción perfecta?
Las canciones son odas cortas, cantábiles, con una lírica de fácil escucha y que comunique a su vez a quien escucha el deseo de cantar. La canción tiene que ser cantábile [ríe]… está hecho para eso, para que todos cantemos. Y eso no quiere decir otra cosa que un himno, una alabanza. La canción puede expresar el infinito de las emociones humanas y aparte es un himno.

En algún momento te referiste al trabajo del productor artístico como una visión desapasionada de lo que se está grabando. ¿No necesitaste esa visión en este disco que produjiste vos mismo?
El desapasionamiento del productor es en relación al cantautor, que está prendido fuego con la emoción de decir lo suyo, estás diciendo cosas que son tu vida. Esa frialdad está buena. Este disco yo lo hice con Gustavo Sanmartín, él tiene esa voz fría al lado de la mía, que es fundamental en ese momento. Yo tengo mucha experiencia en producción, sé muy bien lo que quiero y veníamos trabajando de esa manera. Mi disco Antojo fue una mirada hacia fuera, sentí que esta vez era otra cosa.
De todas maneras es interesante trabajar con producción artística, alguien de afuera. En esa instancia de la producción del disco hubo alguien importante que es Ariel Lavigna. Yo había grabado Antojo con Ariel Lavigna y para este disco deseaba, aunque sea, un sonidista parecido a Ariel. Justo antes de grabar el director de la compañía (Típica Records) me dijo ‘¿pensaste en Ariel Lavigna?’. ‘Sí, hace dos semanas que no pienso en otra cosa que en Ariel Lavigna’. Tuve ganas de besarlo, fue un milagro. Ariel hizo el diseño de producción de acuerdo al presupuesto de la compañía. Grabamos en El Martillo en Villa Luro con Marcelo Suraniti, editamos en la casa de Gustavo Sanmartín y la mezcla la hizo Ariel en su estudio.

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¿Cómo te llevás con las computadoras en los estudios?
Empecé a ver computadoras en los estudios en el año 92. En el 94 mezclé Espiritango de Los Visitantes en Madrid, junto a Walter Chacón y Andrés Calamaro como producto. Allí ya había un operador con la compu, sólo para eso. Después, en el siglo XXI, hice todo en Pro Tools, no tenía computadora en mi casa, pero en los estudios ya era lo normal. Y cada día conozco más sobre Pro Tools. Con los años me volví obsesivo del sonido. Sé cómo lograr que un estudio de grabación sirva para algo y que un músico sea funcional para un estudio determinado. Si manejás mal el estudio le podés arruinar el sonido a un músico, en ese aspecto es una herramienta tremenda. La edición de este disco con Gustavo fue muy placentera, nos planteamos hacer algo dulce y placentero. Editar de a poco, sin quemarse. Uno en el Pro Tools se puede poner re-loco de la edición porque tenés toda la postproducción del universo. Ahí es donde tiene que primar el arte por sobre todo lo demás. Si te ponés a hacer toda la edición de bajo y batería por gráfica y poner todo pegado, con el clik, corrés el riesgo de matar el swing. El diseño de la realización estuvo planteado para llegar a la válvula, porque luego de la mezcla de Ariel fuimos a Steps Ahead por sus compresores y pres valvulares, como para devolverle armónicos de válvulas a una grabación digital.

¿Pensás que la tecnología le quita calor o cuerpo a la canción?
Yo siento que cuando escucho el vinilo de Desatormentándonos de Pescado Rabioso en estéreo en mi casa escucho mucha presencia sonora. Se me dibujan los monitos en mi living. Es muy raro el ambiente y los armónicos de la cinta y del vinilo. Conozco el Pro Tools desde que salió. Cuando nació el CD y había discusiones pensaba que era algo retrógrado. Pero con los años me fui poniendo purista y tengo mis vinilos, mi giradiscos y mis bafles de medio metro con un sublow tremendo.

¿Cómo se aprende a escribir canciones?
La gran fórmula es escuchar, saber escuchar. Yo escuché muchos a los Beatles por mis hermanas mayores. “Twist and shout” me volvía loco. “Playas oscuras” es un afano a “Twist and shout”. Yo era fan de Revolver, aunque no entendía nada, pero mi vida pasaba por ese disco. Tenía un bombo legüero y tocaba encima de Revolver, una locura total. A los 9 mi vieja me mandó a estudiar guitarra. Aprendí “Zamba de mi esperanza”, por ejemplo, una de las grandes canciones de la música argentina. Una de las más simples y profundas. Todo un emblema, porque si es profundo y además es simple, mejor. Como el blues, como los spirituals, las músicas más profundas de occidente, como la baguala. La canción trae una fuerza ancestral porque es tradición oral, es un legado. Así fue con los Beatles y mis hermanas para mí. Y cuando escuché al payador Gabino Ezeiza, que grabó en unas máquinas a cilindros a comienzos del siglo XX, que se puede escuchar en unas antologías llamadas Los Payadores, siento que Miguel Abuelo está ahí. Todo es influencia.

¿Cómo analizás la producción musical de Buenos Aires en la actualidad?
La ciudad, a pesar de todo, es un polo cultural muy grande. Musicalmente acá pasa de todo. La cultura es parte de la sociedad. Lo que le pasa a la sociedad va a generar una cultura determinada, y la música es parte de eso. No está ajena a la realidad psicológica de la sociedad. Hoy por hoy también en Buenos Aires hay una necesidad muy posmoderna en atajar las pasiones. La nueva tendencia es ser cool y lo muy apasionado está mal visto. Y luego está el rock and roll, que es una pasión encausada, es como muy apasionado y al mismo tiempo encorsetado en un estilo inamovible de guitarras distorsionadas y poses masculizantes de voces gruñidoras. Contra eso hay como una vanguardia neo-criolla de cantautores.

Se reeditó con bonus-tracks tu disco anterior, Antojo. ¿Cómo fue la elección de los temas para ese disco? ¿Todos los artistas versionados son influencias tuyas?
Silvio Rodríguez y David Bowie son influencias. Charly y Spinetta también. Radiohead no es influencia, es placer, me gusta escucharlo. El tema “She”, en la versión de Elvis Costello, me gustaba porque quería poner un lento, pero no sabía que era de Charles Aznavour, un rey de la música romántica. La música mexicana no tiene mucha influencia en mí pero quería grabar algo de música mexicana. De todos modos Chavela Vargas es influencia para mí, la escucho desde hace quince años, la descubrí antes que toda la gilada, gracias a Andrés Calamaro me dio discos de ella en el 94, cuando no la conocía nadie. La elección de temas llevó meses. Quedaron muchos afuera. A “La vie en rose” de Edith Piaf no la pude adaptar. “Mais que nada” de Jorge Ben tampoco pude traducirla. En ese disco no puse ningún tema de origen yanqui porque un año antes de la edición del disco se había desatado la guerra de Irak, fue mi protesta subliminal. Tampoco me encargué de decirlo demasiado. Pero de otro modo hubiese puesto algún tema de Lou Reedm, por ejemplo. Siempre dije que en algún momento voy a hacer un Antojo 2 porque me gustó mucho el trabajo de investigación. Es una escuela muy grande interpretar canciones de otros.

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