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Rodolfo Mederos: La orquesta debe lograr subsistir a esta depredación tan salvaje

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¿Cuáles son las diferencias en la manera en que encarás tu trabajo como bandoneonista, cuando tocás sólo, en trío, o con la típica? Para exaltar esas diferencias es que he construido estos formatos. Tocar en comunidad, con unos cuantos más, es sumar para lograr una opinión única y general. Es como cuando uno asiste a un encuentro multitudinario. El asunto es sumar energías, voces, sin la pretensión de que esas voces queden expuestas; se escucha como una muchedumbre, una algarabía. La intimidad provee otras cosas, uno puede dar una opinión y escuchar la del otro, y hay como cierta complicidad. Y la soledad tiene otra alternativa que es la reflexión, uno y sus propios fantasmas. Las tres instancias son vividas, creo, por todos los que habitamos en sociedad, y me pareció interesante, musicalmente, que se manifieste, porque así ocurre. Tocar en una orquesta implica sumar algo a un todo, donde más allá de un pequeño solo que uno tenga alguna vez, en realidad nadie podría decir permanentemente “ahí está el bandoneón de Mederos”, en realidad hay una orquesta. En la intimidad, uno ya descubre ese bandoneón con otros, y tocar en soledad es justamente eso: uno y su propio mundo. Pero nada implica mayor responsabilidad que otra, ni mayor placer, ni mayor riesgo: son diferentes maneras de placer.

Aún así en Soledad hay momentos donde participan otros músicos. Sí, porque en realidad este álbum es también una especie de homenaje al instrumento. Quise mostrarlo de maneras socializadas, con otros bandoneones, lo que sería la fila de bandoneones, cosa muy frecuente en la orquesta [en el tema “El aguante”, junto a Rodolfo Roballos, Fernando Taborda y Javier Sánchez, más Sergio Rivas en contrabajo]. El bandoneón sobregrabado, yo y yo mismo otras veces. También una melodía [“Como un juego”] tarareada por una mujer [Andrea Ortego], que decidí hacerlo porque es una forma de mostrar al bandoneón, que pareciera ser una voz masculina, rodeando o sustentando la voz femenina, o protegiéndola; de alguna manera también le da una carácter cómplice. En definitiva, yo creo que este disco es un poco el amor al bandoneón.

¿La variedad del repertorio es también una forma de mostrar las posibilidades del bandoneón en distintos géneros? Sí, esa es otra [idea], porque todos sabemos o deberíamos saber que el bandoneón, en principio, no es un instrumento originalmente latinoamericano. Fue inventado y fabricado en Alemania, y construido un poco a imagen y semejanza de lo que es el órgano, el armonio. En realidad las funciones para las que se supone o se cree que fue construido para reemplazar al órgano en ceremonias callejeras, donde no se pudiera transportar, un órgano portátil. Además del tango, donde es un poco rey y señor -yo creo que es difícil imaginar la sonoridad del tango con ausencia del bandoneón, es un poco como el DNI o los cromosomas del género- obviamente tuvo y tiene su lugar en el folklore, pero como es un género que yo no domino, que no lo siento tan cercano, no quise... hay un tema de Atahualpa Yupanqui [“Los ejes de mi carreta”], pero bueno, en realidad es una milonga que tiene más que ver, no sé si tanto con lo rural, más tal vez con lo urbano. Es una milonga pampeana, podría ser que lo consideráramos un poco del interior. También se oye a [J.S.] Bach ahí, y yo estoy convencido, espero que no lo tomen como una perogrullada, pero yo pienso que de haberse fabricado en aquella época, Bach hubiera escrito para el bandoneón. Si ha escrito para el laúd, para instrumentos muy hermosos y muy respetables, pero también mucho más limitados.

Tengo entendido que Bach es muy útil para estudiar en el bandoneón. Bueno, Bach es útil para el corazón, el espíritu, la mente, y los dedos, sin dudas. De manera que poner esto, y curiosamente, la obra que elegí es la obra póstuma de Juan Sebastián Bach, es la fuga inconclusa [Fuga XIV de El Arte de la Fuga] porque él falleció [durante su composición]. Y esa fuga tiene encriptada su firma.

¿Te referís a la serie B A C H? Claro, toma sus cuatro letras, las traduce en notas, y con eso concluye el último tema. No sé cómo hubiera continuado esto, aunque se supone que estaba ya cercano al final. De manera que hay ahí un homenaje a un músico y una música y un estilo que me parece vital, no sólo para el tango, sino para todo el pensamiento occidental. Creo que si Bach no hubiera existido, la música hubiera sido otra. Además hay otras músicas tales como una canzonetta italiana [“‘Na voce. ‘Na chitarra”], porque el tango tiene que ver con aquella parte de Europa, con Nápoles. Esa canción, cuando yo la descubrí y la empecé a tocar, me parecía que era un [Julio] De Caro. Además, aproveché a mostrar un bandoneón con un sonido diferente, que a lo mejor no se conoce mucho, un bandoneón de estudio, más pequeño, muy agradable, muy cariñoso, cálido, simpático. Y después de eso, un standard [“Over the rainbow”] que a mí siempre me ha gustado mucho. Yo siempre estuve muy cerca de muchas otras músicas, más allá del tango, justamente le llamo “más allá del tango”, que es “sobre el arco iris”, “Over the rainbow”, y ahí decidí hacer sobregrabaciones, porque me pareció que era interesante mostrar al bandoneón como en una idea más orquestal. Es un disco un poco variado en ese sentido [Nota: también incluyó una versión del Himno Nacional], si bien la mayoría es un homenaje a un repertorio reivindicativo. Son tangos viejos, salvo “El aguante”, que es el único tango mío.

¿Y el título “El aguante”, viene a ex profeso de todo esto, de la reivindicación de la tradición? Sí, tiene que ver con eso, con soportar y resistir a una sistemática y despiadada destrucción y mcdonaldización de nuestras formas de ser.

En este disco también usaste algún efecto en el bandoneón, para el tema de Bach. A mí mucho no me gusta utilizar recursos artificiales. Pero bueno, no podía ir a una catedral a grabar. Podría haberlo hecho, pero las circunstancias no daban, y entonces me pareció interesante como experiencia, ambientarlo, desde el punto de vista pedagógico, en un ámbito grande como podría ser una catedral, donde generalmente están los órganos, utilizando un poco de cámara de reverberación.

La grabación transmite una sensación de calidez. Bueno, Jorge [Da Silva, ingeniero de grabación del disco] es una persona muy sensible y con mucha experiencia en grabar música, que no es sólo registrar sonidos. A veces se entiende que grabar algo es registrar el sonido, entonces todas las conversaciones son “cuántos db recorto ahí” y “cuánto le pongo y le quito de no sé qué”, lo cual está bien en un lenguaje técnico, pero él tiene que pararse frente a un hecho artístico y entenderlo como tal. Podrá codificarlo después a logaritmos y a dbs, pero creo que Jorge es uno de los pocos técnicos que graba música, y grabar música y grabar un bandoneón no es algo simple, no es poner un par de micrófonos y “tocá, pibe”, hay todo un universo que se genera en torno a hacer eso. Tocar no es un hecho meramente mecánico, tomar el bandoneón, poner las manos en el teclado, cuenta dos y empieza a tocar, ¿no? En realidad hacer música implica generar todo un ámbito fraterno, de contención, de deseos, de preguntas y respuestas, es transitar un trayecto muy rico, muy apasionado, es cómo hacer el amor. Y creo que Jorge es una buena pareja. Sabe entender y captar, con su sensibilidad y experiencia, qué significa un bandoneón, pero no solamente un bandoneón, qué significa Mederos. Grabar con él es no solamente maravilloso, creo que es irremediable.

En la película El otro camino (documental de Gabriel Szollozy ya editado en DVD) mostrás interés por recuperar la tradición popular del tango como baile. Uno de mis motores de los proyectos, sobre todo con la orquesta, es la intención de recuperar [el baile] como encuentro social, como manifestación de una comunidad. No es fácil lograrlo porque yo trabajo absolutamente solo, sin ayuda ni aportes. Mi vida, en realidad, todo lo que hice no lo hice porque me esponsoreó Coca-Cola, ni un banco, ni una firma, ni un funcionario de turno, ni una municipalidad, ni nadie. Lo que hice lo hice, pero no sé cómo lo hice.

Aún así, ¿sentís algo de incomodidad cuando te convocan de algún gobierno, alguna administración, de la que podés estar lejos ideológicamente? No, yo hago mi música donde fuere. Mis acciones no están modificadas por el tinte político de quien me convoca. Nunca he tenido a lo largo de mi vida ningún apoyo que me permitiera lograr las cosas que he logrado, lo que en definitiva me hace sentir muy orgulloso, pero también que es muy dura la tarea mía, porque estoy solo. Entonces, el proyecto de recuperar el encuentro para que la gente baile implica todo un escenario que tiene que ver con: el lugar físico para desarrollar, el pago a los músicos, la difusión del evento, implica una cantidad de cosas que si no se suma una entidad pública o privada, es muy difícil. Es más, la orquesta no tiene prácticamente posibilidades de tocar porque tampoco hay lugares donde tocar, que físicamente alberguen una orquesta típica. Es más, ya ni siquiera existen los pianos acústicos. Esto pone todo en un estado de deterioro, y yo me siento como una especie de romántico o de Quijote, organizando una orquesta de trece músicos, para qué voy andar ahorrando, ¿no? Si es difícil de diez, hagámosla de trece, que es como tiene que ser. Y por supuesto que esto me tiene muy orgulloso pero también muy preocupado, con la óptica puesta en cómo mejorar o preservar este proyecto que para mí es táctico. La orquesta debe existir, debe lograr subsistir a toda esta depredación tan salvaje.

¿Qué opinás de las formaciones jóvenes con sabor clásico? Estos jóvenes, muchos de ellos, la mayoría, han pasado por mis clases, tanto de la Escuela [de Música Popular de Avellaneda] como acá [su estudio, donde dicta clases particulares], y han terminado haciendo sus proyectos porque yo también influí, y los estimulé a que eso ocurriera, porque no es bueno estar solo, no es un orgullo decir “Pibe, esta es la única orquesta, la mía”. Ojalá hubiera muchísimas orquestas. Lo que pasa es que la sensación que tengo -esta es una apreciación que tengo y por supuesto estará sujeta a revisión, pero mientras tanto te digo lo que opino- es que en las épocas que yo tenía la edad de estos muchachos, la idea que teníamos era que había que estudiar el instrumento, y estudiar no era hacer algunas clases por ahí. Era estudiar. Toda la vida. Llegar a formar parte de alguna orquesta de décima categoría ya era un logro, donde en general uno entraba y tocaba, estaba rodeado de músicos que conocían el género y tocaban muy bien, entonces uno se formaba al lado de ellos. Pensar en tener una propia formación instrumental ya excedía los límites de la imaginación. Eso iba a ocurrir, o ocurriría, después de muchos años de esfuerzo y de trabajo, de conocimiento e impregnación de una música, y ahí cuando ya la necesidad y el deseo eran tan grandes y las capacidades se habían desarrollado de tal manera, uno podía empezar a, lentamente, preparar sus cosas, meditadamente, madurando sus arreglos y sus cosas. Nada de eso existe hoy. Hoy la preocupación del ser humano en general es la velocidad. En cuánto se llega a Mar del Plata, cuánto carga tu computadora, cuántos gigas tiene. Es un problema cuantitativo, no cualitativo. Pareciera que se premia al músico, no porque toque bien, sino porque es joven. La juventud ya en sí es un premio, pero tocar música no tiene que ver con la juventud. La música es tocar música, lo hará bien o lo hará mal, sea joven o sea viejo. Hay una carencia de visión del proceso, de la maduración y la profundización donde, además, el joven músico hereda una devastación. Sale a la luz, le interesa el tango, se pone a tocar un poco un instrumento, ¿y de dónde se forma? No tiene dónde. Después de Piazzolla todo desapareció, incluso con él. Entonces, si no recurre a los discos que encierran aquella verdadera sustancia, pues no tiene de donde formarse, y tampoco puede tocar con músicos de los cuales pueda aprender, porque en general son muchachos que tienen el mismo nivel, los mismos desconocimientos, y van engendrándose unos en otros los mismos vicios y deformaciones. Pero como la tecnología permite que en dos días tengas tu disco ya listo, porque lo podés grabar en la computadora de tu casa, hoy ya no hace falta entrar al estudio de grabación, que implicaba toda una mística. Entonces como desapareció eso, hoy se confunden, tocan de una manera inconsistente alguna música de Piazzolla, que por otra parte tampoco es el tango al cual yo me refiero, y con eso no estoy hablando peyorativamente de la música de Astor Piazzolla. Digo, si hablamos de tango no tenemos que hablar de él, tenemos que hablar de lo que pasó antes de él, bastante antes. Y veo que hay un desconocimiento muy grande, y esto lo digo con conocimiento de causa porque en las clases que yo di durante dieciséis o diecisiete años en la Escuela de Música Popular, en la primera clase de cada año, nos presentábamos y yo les pedía a todos los estudiantes que hicieran una lista de los tangos que conocen, entendiendo por conocer un tango poder tararearlo, no hace falta hacer un arreglo de contrapunto y fuga. Curiosamente, después de dos horas de reloj de clase, las listas no pasaban de diez, quince tangos, de los cuales más de la mitad eran de Piazzolla, con lo cual no conocen el género. No conocer el género es no conocer el vocabulario, no conocer el vocabulario hace que estés impedido de manejar el lenguaje. Eso es lo que pasa. Esto no quiere decir que uno no apoye a estos muchachos, porque sin dudas necesitan apoyo. Pero el apoyo no es caer en la ingenuidad, “qué bien, pibe, sos un genio”. No. “Maravilloso que hagas esto, pero ¿sabés qué? hay que seguir estudiando”. Hay una especie de atropello y necesidad de subir al escenario, de tener la página web y de mañana hacer una gira por Holanda. Porque como el tango está muy requerido en el mundo, cualquiera que toque tres notas en un bandoneón ya se lo llevan para hacer “Libertango” mal. Esto esteriliza al músico, lo suicida musicalmente. Me parece que a los jóvenes hay que apoyarlos, alentarlos, y protegerlos. Y no alentarlos fatuamente. Este sería mi mejor y más cálido y querido consejo a algún muchacho joven si se acerca. A todos los estudiantes que vienen acá es la primera cosa que yo les digo. Sin un sentido crítico, sin un desarrollo de todo tipo, no es fácil en este mundo despojado, donde todo es tango pero nada es tango, es muy difícil crecer. Pero pese a lo que acabo de decir, también reconozco que hay algunos jóvenes, no muchos, que verdaderamente no se alinean a esta tendencia que acabo de describir, y sí trabajan, estudian, profundizan y hacen sus cosas con pasión. Yo he sido un privilegiado, yo he tocado con los más grandes músicos del tango, pero así era mi época. Pasar por tantas orquestas por las que uno pasó, y aprender de aquellos músicos que tocaban cien veces más que uno, eso fue un privilegio. Hoy no tienen esa realidad, hay que describir que esto es así y ver cómo se resuelve.

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